EL DESGASTE PSICOLÓGICO Y CÓMO EVITARLO (II): LA CULPA

Encontrarás en internet muchas páginas que hablan sobre el sentimiento de culpa. Pero, más allá de una descripción de la misma, los mecanismos que la crean, los tipos de culpa que existen…, yo no he encontrado ningún texto que sea capaz de ayudarme a identificar y resolver la profunda desazón que me genera y el hastío vital al que puede haceIMG_20160620_112601rme llegar.

Creo que para este punto, debo recurrir a una técnica que se utiliza en las entrevistas de counselling que se llama autorevelación, es decir, te voy a contar  mi experiencia personal con la intención de ayudarte a cambiar y a salir del pozo al que te aboca el sentimiento de culpa.

Mi madre sufrió un derrame cerebral hace doce años y pasó cuatro en un coma vegetativo profundo. Desde el inicio del coma, tuvo infecciones respiratorias continuas con los consecuentes  avisos de los médicos que el final estaba «ahí». Pero ese ahí se demoraba y de hecho se demoró durante cuatro años. Mi madre estuvo ingresada durante todo ese periodo de tiempo en una residencia, no sólo porque pensara que allí estaría mejor atendida, sino además porque me sentía incapaz de asumir la responsabilidad de cuidarla.       De hecho, no resistía verla encamada, marchitándose por días, y pasaba largos periodos de tiempo sin ir a verla. Pero por otro lado, mi cultura católica, que encuentra la redención en el sufrimiento, me hacía pensar que era un pésimo hijo. La culpa que me generaba este desfase entre los valores que siempre he defendido y mi manera de actuar me creaba un sufrimiento atroz. Si no hacía nada sufría, y si lo hacía también sufría.

¿Cómo salir de una situación así? No hay psicólogos para estos problemas porque el sufrimiento que genera la culpa es la respuesta a un conflicto de carácter filosófico, moral, que tiene que ver con responder a la pregunta de quién soy yo, por qué tengo que hacer las cosas que hago, hasta cuánto estoy dispuesto a entregarme a los demás… Estas cuestiones no se arreglan con una pastilla ni con terapia psicológica. Se arreglan haciéndose las preguntas adecuadas y buscando las respuestas a las mismas, sincerándose con uno mismo. Y si no se es capaz, se debe acudir a un consultor filosófico, religioso o guía espiritual, para los que sean creyentes.

En mi caso, tuve la suerte de poder charlar con tres personas que tenían la suficiente capacidad para acompañarme en este mirarse hacia adentro: una veces facilitándome las preguntas adecuadas, otras, orientándome en los textos para formarme una idea de las diferentes visiones del mundo. Porque por suerte ya ha habido gente que se ha hecho estas preguntas (aunque ahora no se les oye en la tele y se les elimina de los planes de estudio).

Por ejemplo: con uno de ellos, que es sacerdote,  debatí la idea de cómo Dios permitía tanto sufrimiento; la idea de que tiene que haber un premio si intentas hacer las cosas bien o un castigo si las haces mal; el sentido de hacer lo que se debe. Hablo de debatir, de un ejercicio de discernimiento personal, no de una catequesis. Porque lo que tenemos que buscar es establecer un sistema de normas y referencias propio, no apropiarnos del de ninguna religión o esquema filosófico.

De estas conversaciones y reflexiones aprendí a definir las normas por las que regirme, con las que poder vivir y sobrevivir; a ponerlas en contraste con las que la sociedad impone y a aceptar sus diferencias.

Podría hacer ahora un decálogo de principios a los que llegué después de estas conversaciones y que de un modo u otro son los «mandamientos» por los que rijo mi vida, pero creo que eso es precisamente lo que menos os ayudaría. Insisto en que es fundamental que cada uno haga su propio proceso de discernimiento.

Sí que os puedo proponer algunas preguntas para ayudaros a iniciaros en este camino:

  • ¿Cuáles son mis convicciones más profundas?
  • ¿Mi vida se desarrolla conforme a estas convicciones?
  • ¿Qué facilita vivir como pienso?
  • ¿Qué lo hace más difícil?
  • ¿Por qué considero que algo está bien o está mal?
  • ¿Qué he aprendido en la escuela de la vida?
  • ¿Qué riesgos he corrido? ¿Por qué?
  • ¿Qué influencias han configurado mi vida (personas, lecturas…)?
  • ¿A qué personas he querido a lo largo de mi vida?
  • ¿Por qué? ¿Qué me han ofrecido? ¿Qué les he ofrecido?

Estas son sólo un pequeño ejemplo.

A partir de la experiencia que os he contado y de ese proceso exploratorio que generó, la culpa dejó de ser una constante en mi vida. Ante los conflictos éticos aprendí a situarme, a ser sincero conmigo mismo, a aceptar mis contradicciones, a no marcarme metas que son imposibles de conseguir. Aprendí que, para cuidar y respetar a los demás, hay que empezar por cuidarse y respetarse a uno mismo.

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Teoría triangular del amor

En el año 1986, el psicólogo estadounidense Robert Sternberg exponía la «Teoría triangular del amor» para describir cuál es la estructura y la dinámica del amor. Se trataba de ofrecer una fórmula que pudiera contener las diferentes formas y tipologías en las que éste se expresa.

Sternberg enumera tres componentes fundamentales del amor:

  • intimidadkintsukuroi
  • pasión
  • decisión/compromiso

De este modo, la relación amorosa estará definida tanto por la intensidad como por el equilibrio entre estos elementos.

Este esquema,
válido para estudiar las diferentes relaciones de pareja, también es útil para definir nuestro grado de afectividad con la persona que cuidamos.

La sociedad asigna unos niveles de amor que se supone debemos mantener  con las personas con las que nos relacionamos: padres, parejas, hijos,…

En muchas ocasiones, nuestros sentimientos entran en conflicto con los «estándares» establecidos y nos generan importantes sentimientos de culpa. La teoría de Sternberg es útil en tanto en cuanto nos ayuda a reconocer en qué elementos de la relación existen estos déficit y descubrir el porqué de los mismos. Por ejemplo: se supone que debo querer intensamente a mi madre, pero no hay ni intimidad ni pasión hacia ella, solo queda el compromiso. ¿Cuándo y cómo se fue perdiendo el deseo de recibir (intimidad) algo de ella, aunque sea un pequeño consejo?

Teniendo en cuenta que todas las relaciones son dinámicas y no estáticas (por más que a veces nos lo parezcan), la intensidad y el equilibrio de los diferentes componentes son variables y sujetos al tiempo, al espacio y a la voluntad personal.

En Japón existe el arte del Kintsukuroi, que consiste en reparar la cerámica con polvo de oro, plata o platino. Este arte -y copio del wikipedia-  plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse y además hacerlo para embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.

Así, una relación dañada puede recuperarse si por lo menos intuimos los puntos de fractura y tenemos la determinación de lograrlo.

 

 

 

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CUIDAR A UNA PERSONA MAYOR Y CRISIS DE PAREJA: LA FALTA DE INTIMIDAD

Cuando nos vemos obligados a traer a casa a un familiar mayor para vivir con nosotros, con el objetivo de cuidarlo mejor, sabemos que una de las primeras consecuencias es la pérdida de la intimidad familiar.espacio

Sea porque vivimos solos, en pareja, con hijos, existe un espacio de intimidad que se rompe y, en consecuencia, un nuevo espacio de intimidad a crear en el que incluir al nuevo miembro de la casa. Pero la ruptura del espacio anterior conlleva en muchas ocasiones tensiones de pareja.

Por ejemplo: si nuestra casa no es grande y el abuelo debe dormir en una habitación cercana a la de matrimonio, la vida sexual puede verse interrumpida ante el temor de ser objeto de seguimiento por parte del anciano. En otras ocasiones, si nuestro hijo tenía una habitación para el solo, puede encontrarse con el abuelo compartiendo su vida.

En primer lugar, y como objetivo más importante a marcarnos por toda la unidad familiar, debemos hacernos a la idea de que las cosas son así y no toca otra. Por tanto, hay que ser comprensivos con el entorno, porque hacerse a la idea del cambio no es nada fácil. El segundo objetivo es intentar minimizar el impacto y reorganizar el espacio de la mejor forma posible, buscando que cada uno tenga un espacio de intimidad propio.

En un blog de arquitectura pude leer esta reflexión sobre el espacio: «los seres vivos estamos constantemente enmarcados en un espacio; nos movemos a través de su volumen, vemos los objetos y las formas, sentimos la brisa, oímos diversos sonidos, olemos fragancias… El espacio arquitectónico es todo aquello de lo que participamos en nuestra diaria vivencia sea trabajando, descansando o divirtiéndonos, estamos dentro de él por lo tanto somos partícipes de él. Siempre veía el techo de mi cuarto y me preguntaba para que lo hacía, era una manera inconsciente de estar contenido dentro del espacio y cómo me atraía su sensación que en mí poseía. Es una forma de analizar el espacio y ver sus convergencias y divergencias. El espacio por lo tanto, nos conduce a ese estado de «vientre materno» en donde nos sentimos plácidamente cómodos y protegidos, si cabe el termino, no sólo por las inclemencias del tiempo sino también en el sentido psicológico del termino.»

Debemos crear un espacio propio para la persona mayor en función de nuestras posibilidades. Cuanto más cómodo e independiente se sienta dentro de la casa, mejor. Tenemos que pensar que él ha sido el jefe/a de la casa durante años y ahora vuelve a la «disciplina» de un hogar que no es el suyo. Aunque forme parte de una habitación compartida existen mil maneras de compartimentar los espacios: biombos, macetas, colocando su sillón de espaldas a la zona común de la habitación, cerca de una ventana, para que la sensación de amplitud sea mayor.

Pero no sólo se nos plantea un déficit de intimidad espacial, también de momentos. Tenemos que ser capaces de crear un lista de alternativas para seguir teniendo ese tiempo de intimidad perdida: volver a pasear junto a la pareja para hablar con tranquilidad de los problemas más íntimos; volver a utilizar el coche o un hotelito para situaciones de alto contenido sexual («dos rombos»)… Lo que sea, con tal de no entrar en una dinámica de distanciamiento personal.

El hecho de esforzarse en buscar y recuperar esta intimidad ya es un paso adelante. Y hasta puede ser muy divertido.

 

 

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EL DESGASTE PSICOLÓGICO Y CÓMO EVITARLO (I)

DSCN0206«Hay ocasiones en las que siento que en mi cabeza existe una oscura nebulosa que me impide pensar. Mis hijos me irritan y estoy harta/o de mi marido/mujer. Vivo con una insoportable carga de responsabilidad que no me deja disfrutar del momento, que me asfixia. ¿Tengo que lastrar mi existencia de un padre/madre/abuelo que va a mal vivir muchos años, que no encuentra más sentido a la vida que esperar la muerte? Y mientras, ¿debo cuidarle y aguantarle?».

Este es el relato de muchas personas que tienen que cuidar de un ser querido que no solo es dependiente sino que además no encuentra sentido a su vida y mal vive en una desidia que solo finalizará con la muerte.

Es el relato de una persona con un profundo desgaste psicológico. En ocasiones, en puertas o inmerso en una profunda depresión. Es una persona que sufre. Que lleva tiempo cuidando de alguien que ha terminado por influenciar todos los aspectos de su vida: trabajo, pareja, hijos,…

Las respuesta estándar a la que nos han acostumbrado es recurrir a los antidepresivos o las respuestas consuelo: minimizar la importancia de la situación invitando a desdramatizar, con una actitud maternal o paternalista.

Pero existe otro camino.

Cuando alguien se encuentra en una situación de este tipo fabrica una especie de ovillo de lana en el que se entremezclan todos los colores. Ese ovillo es su percepción de la realidad en la que se desenvuelve y los  hilos de colores los diferentes problemas que sufre. Al aparecer revueltos, sin ningún orden, aparecen confusos, imposibles de afrontar/desenmarañar: generan una sensación de imposibilidad de actuar. Unido al agotamiento físico de padecer esta situación, se convierte en el principal handicap a la hora de buscar vías de resolver la situación.

Debemos ser capaces de desenredar el ovillo. ¿Cómo? Focalizando cada problema y analizándolo por separado: la relación con mis hijos; la relación con mi marido; mi trabajo; la relación con la persona a la que cuido;…

A veces hay que recurrir a alguien que nos ayude a hacer este ejercicio de aclaración. Alguien que sepa hacer las preguntas concretas que nos ayude a separar los hilos.

Aunque los problemas estén relacionados entre sí, o puedan tener una causa común, debemos ser capaces de verlos por separado y actuar sobre ellos por separado.

Una vez hecho este ejercicio, debemos asumir que en ocasiones no toca más que sufrir. Pero no significa que el sufrimiento sea amplio y gratuito. Debemos ser capaces de minimizarlo. Sufrir lo justo, no más. Y el sufrimiento me da derecho a llorar, a estar triste,… Debo ser capaz de hacer ver a los que me rodean que tengo motivos para estar mal y esperar que, a través del amor, sean capaces de proporcionarme consuelo.

Por último, hay que abordar el tema más delicado: la culpa. Muchos especialistas de la salud olvidan que somos seres trascendentes y con un sentido de la vida que a veces se puede convertir en nuestro peor enemigo. Debemos reflexionar sobre ello. Sincerarnos con nosotros mismos. ¿Creemos en algo que nos proporciona soporte y esperanza, pero que nos obliga a padecer sin límites? ¿Tiene sentido entregarse sin más, hasta la extenuación? ¿Cuál es el sentido de prelación de nuestros seres queridos? ¿Son primero nuestros hijos a nuestros padres? ¿Nosotros mismos a los demás? ¿Se puede cuidar de alguien sin cuidarse uno mismo?

 

 

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CUIDAR A LOS PADRES Y CRISIS DE PAREJA

Llega un momento en la vida en el que nos encontramos con la circunstancia de tener que hacernos cargo del cuidado de nuestro padres, ya que, bien porque llegan a cierta edad bien por las enfermedades que padecen, sus condiciones físicas y psíquicas no les permiten valerse por si mismos y vivir solos.OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Para los que compartimos la vida con una pareja -niños incluidos- el hecho de asumir esta responsabilidad nos modifica sustancialmente las rutinas y ritmos de vida. Este momento de «crisis» mal gestionado puede ocasionar serias tensiones de pareja que pueden llegar incluso a provocar la ruptura de la relación.

Además, la situación se complica extraordinariamente cuando se contempla que el pariente venga a vivir con nosotros. Especialmente si no es nuestro padre, madre o familiar directo.

Seamos sinceros: en muy pocos casos el hecho de aceptar a los padres en el domicilio común supone una bendición más que un serio problema.

Objetivamente hay una perdida de intimidad, exceptuando para aquellos que acostumbran a residir en un «palacio». A esta se le acompaña un cambio radical en las rutinas, al que añadimos el cansancio psicológico que implica atender a un adulto que no puede valerse por sí mismo.

Si, además, nuestra pareja acepta la nueva situación a regañadientes, aunque diga lo contrario, tenemos todos los ingredientes para dar lugar a un deterioro importante de la relación de pareja.

¿Cómo darle la vuelta a este escenario tan desaconsejable? ¿Qué hacer cuándo no hay más remedio que aceptarlo?

En primer lugar, lo fundamental es tener claras las prioridades existenciales. Es decir, si primero están mis padres o mi pareja. Hay que tener claro el orden de prelación y ser honesto con él, puesto que del mismo se desprenderán diferentes consecuencias.

Por ejemplo: para mi pareja es imposible compartir el domicilio con mi madre y estamos en disposición de pagar una residencia. Mi madre no quiere ir a la residencia pero necesita cuidados 24 horas al día. ¿Qué hacer?

Solución A. Para mí,  mi madre está por encima de todo. Le explico a mi pareja que no es negociable y que se queda a vivir con nosotros. Asumo el riesgo. La relación se deteriora. Mi marido se larga de casa. Me quedo a vivir con mi madre.

Solución B. Mi marido está por encima de todo. Le explico a mi madre que no se puede quedar a vivir con nosotros. Como mi madre no tiene capacidad de decidir acaba amargada en una residencia. A mí se me come la culpa.

Solución C. Le pido a mi marido que haga un esfuerzo para vivir con mi madre: si la cosa no sale bien, la metemos en la residencia. Consciente del esfuerzo, me mantengo alerta con respecto a los tres peligros de meter a una tercera persona en nuestro domicilio: la falta de intimidad; el cambio en las rutinas y el desgaste psicológico.

Estos sólo son tres ejemplos sobre cómo afrontar el problema. Las soluciones se complican por otras variables: situación económica, presiones familiares,…

En cualquier caso, si la solución final es que vengan a vivir con nosotros o que tengamos que dedicar una gran parte de nuestro tiempo a cuidarlos (pueden vivir en el piso de arriba u otro domicilio), insisto en que tendremos que buscar respuestas a:

  • la falta de intimidad;
  • el cambio en las rutinas;
  • el desgaste psicológico.

Para cada uno de estos aspectos dedicaré más adelante una entrada en el blog.

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¿POR QUÉ TERMINO TAN ENFADADO/A CADA VEZ QUE HABLO CON MI PADRE/MADRE POR TELÉFONO?

El teléfono ha permitido que el contacto con las personas mayores a las que tenemos que cuidar sea más continuo y fluido. Nos permite «estar encima», sobre todo cuando nuestro padre/madre no vive con nosotros y, además, somos gente ocupada con trabajo o hijos que ya nos absorben muchísimo tiempo. El teléfono nos proporciona tranquilidad y también, en numerosas ocasiones, malestar y enfados derivados de las actitudes negativas de nuestros familiares. Y aún en la distancia que marca el teléfono, una conversación mal llevada nos puede agotar tanto como una visita en persona. Para evitar que esto ocurra, y sacar el máximo partido del esfuerzo que estamos haciendo al llamar por teléfono, te propongo una serie de consejos.

En primer lugar definamos los objetivos fundamentales de una llamada al abuelo:

confirmar el estado de salud (tanto física como emocional);

hacerle ver que nos preocupamos por él y no se siente solo;

no colgarle enfadado o irritado.

Gracias a la tecnología móvil podemos realizar una llamada de teléfono en cualquier momento y desde prácticamente cualquier lugar. Por consiguiente, vamos a escoger el mejor momento del día para llamarle por teléfono, aquel en el que sepamos que se encuentre de mejor humor o en el mejor de los peores humores del día. ¿Por qué en ese momento y no cuando está de bajón? Porque, salvo que seas un experto en atención psicológica telefónica, no vas a tener mucha oportunidad de aliviar su dolor, y a no ser que seas una persona muy comprensiva, va a acabar por sacarte de quicio, estado que debes evitar en todo momento al cuidar a alguien mayor.

Por ejemplo, mi padre está mucho más receptivo y animado a partir de las seis de la tarde. Está de «subidón», en las antípodas de las mañanas, en las que está al borde del suicidio. Lo que por la mañana es un imposible por la tarde es la cosa más fácil del mundo.

A continuación, le preguntaremos sobre algún aspecto lúdico que conozcamos que le interese (esfuérzate, que seguro que algo habrá): fútbol, la telenovela, literatura, cotilleos, moda,…. NO se te ocurra preguntarle cómo se encuentra. ¡¡Dedúcelo!! De su tono de voz y conversación puedes inferir: si está más o menos animado que el día anterior; si le cuesta o no respirar; si es capaz de seguir una conversación (lucidez)… Si te saca un tema conflictivo, no discutas. En estos casos te remito a la entrada del blog sobre la «aquiescencia».

Y por último, si sabes a ciencia cierta que antes o después ocurrirá algo terrible o que te sacará un tema que te hará perder los papeles, márcate un tiempo de duración de la conversación: diez minutos, media hora, dos minutos,… Cuando se cumpla el tiempo, cuelga con cualquier excusa. Pero, durante el tiempo que nos hemos prefijado, no discutiremos, ni nos enzarzaremos en una discusión que al final sólo conseguirá empeorar nuestro humor y que acabará padeciendo nuestra pareja, hijos, amigos,… Seguiremos la actitud del antidisturbios, que sabe que cuando llega a la manifestación nadie le va a recibir con flores, ni con alegría. El control ante la situación nos lo da el prever la actitud negativa del otro. Nosotros nos marcaremos el tiempo máximo que podemos aguantar la conversación sin que se nos lleven los demonios. En tanto en cuanto controlemos la situación, notaremos cómo cada vez nos cuesta menos aguantar determinadas situaciones.

Y eso es todo. Parece algo tonto, pero os aseguro que funciona y veréis cómo llamar no se convierte en «el momento horrible del día».

 

 

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DAR LA POSIBILIDAD DE HABLAR (LA ESCUCHA ACTIVA I)

DSCN0685A lo mejor, la aplicación de las diferentes actitudes y técnicas para comunicarse y atender al abuelo han dado como resultado un acercamiento personal que permita dar un salto cualitativo en la relación y profundizar más en las inquietudes del mismo.

Es la ocasión de dar la posibilidad de hablar.

Para el psicólogo José Carlos Bermejo «dar a alguien la posibilidad de hablar es concederle la posibilidad de reducir la angustia que a veces puede parecer que ahoga. Hablar entonces supone un drenaje emotivo de cuyo beneficio es fácil percatarse: «Me he quitado un peso de encima», «me siento más ligero», «desde hace tiempo tenía la necesidad de decir que…»

Para ello, como señala  Barbara F. Okun,  al escuchar debemos poner en funcionamiento «habilidades de comunicación que nos permitan escuchar mensajes verbales (con contenidos cognitivos y afectivos), percibir mensajes no verbales (con contenidos conductuales y afectivos) y responder de manera verbal y no verbal a ambos tipos de mensajes.»

Escuchar significa mucho más que oír. Significa poner atención para oír. Supone tener en cuenta que hay un mundo más grande detrás de las palabras y, por tanto, es querer penetrar en su opacidad, a veces no tomando las palabras como tales, sino el significado que creemos que tienen para las personas que las pronuncian.

 

 

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EL FUTURO ESTÁ EN LA ATENCIÓN DOMICILIARIA

El cuidado de los ancianos en una residencia era exclusivo de dos clases sociales, cada una a las antípodas de la otra.2012-06-28 17.16.23

Las familias más pudientes podían enviar a sus mayores a centros residenciales con un coste muy alto, pero al que podían hacer frente sin mayores problemas.

La otra clase estaba formada por aquellos ancianos más pobres, sin familias que pudieran hacerse cargo de ellos, y que acababan en instituciones de la Iglesia que se mantenían con el trabajo fervoroso y desinteresado de religiosas y religiosos.

En ambos casos, estos centros residenciales eran económicamente perfectamente sostenibles, porque, en el primero de los casos, los ingresos compensaban de sobra los costes y, en el segundo, las donaciones y la nula retribución del trabajo de los religiosos amortiguaban la ausencia de pago por parte de los ancianos.

El Estado de Bienestar se lanzó a extender a las amplias clases medias estos recursos residenciales. Por un lado, subsidiaba a aquellas empresas privadas por la diferencia entre el coste y el ingreso obtenido del residente; por otro, desarrollaba él mismo  dicha actividad. El resultado económico ha sido la generación de apabullantes déficits públicos que han hecho insostenible esta respuesta social.

En consecuencia, la atención domiciliaria, o dicho de otro modo, procurar que el anciano sea atendido en su domicilio por sus familiares o bien por sí mismo, facilitándole la mayor independencia, es la única respuesta sostenible del Estado del Bienestar en una economía de mercado ante la demanda de cuidados de sus ciudadanos mayores.

La respuesta se articula sobre dos elementos: tecnología al servicio del anciano, que le permita desarrollar al máximo sus capacidades e independencia, y formación técnica a los cuidadores más cercanos a domicilio, sean profesionales a tiempo parcial o familiares.

Se plantean, por tanto, dos retos a la sociedad:

  • la concienciación y la preparación psico-física para la vejez, que comience desde la niñez, para preparar mente y cuerpo para durar;
  • hacer accesible económicamente y potenciar el desarrollo científico y técnico de las herramientas que puedan proporcionarnos una ancianidad con la mayor calidad posible.
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