Es común en las personas mayores tener brotes de ira. La demencia senil u otras patologías psicológicas son el motivo más frecuente que los provocan. La inseguridad constante ante la perdida de recuerdos e incluso de la información más cotidiana (dónde habré dejado las llaves de casa) generan un estado de confusión y agitación contenida que desencadena en un brote de ira. En otras ocasiones, las lesiones degenerativas en el cerebro provocadas por la vejez o, como ya he comentado, una patología concreta dan lugar a estos estallidos de «mala leche».
Así, personas tradicionalmente afables se convierten en auténticos volcanes, sorprendiéndonos con un lenguaje grosero al que el abuelo no nos tenía acostumbrado e incluso llegando a la agresión física.
¿Cómo adaptarnos a esta situación? En primer lugar, en el caso de brotes frecuentes hay que recurrir al médico de cabecera o al geriatra para que nos proporcione alguna medicación. En segundo lugar, tenemos que esforzarnos en conocer muy bien a las personas que cuidamos para prever, a través de las señales que nos emite el abuelo «volcán», su posible erupción, y no ser entonces los detonantes de la misma o acrecentarla. Por último, en caso de brote, seguir la máxima de «no hablar, no mostrar emoción» y esperar a que pase el chaparrón.
Vamos a poner un ejemplo. El abuelo tiene unos cambios de humor a lo largo del día muy notorios. Por la mañana se encuentra en el momento «bajón» del día, todo le parece negro negrísimo y está «imposible». A mediodía parece que está mejor, pero sigue muy atascado. En cambio, a partir de media tarde hasta las primeras horas de la noche se encuentra de buen humor e incluso animado y motivado. De acuerdo: desde que se levanta hasta la tarde no se discute absolutamente de nada, se pospone la discusión al horario «seguro». Así, sugerencias sobre hábitos de higiene y limpieza, orden, posibles tareas domésticas, temas delicados de dinero o administrativos… todo a la franja «segura» de conversación. Que el conflicto surge por la mañana, aplicamos la «equiescencia metodológica» (ver la entrada del blog sobre «autoestima») e intentamos no entrar «a trapo» derivando la conversación a la tarde.
Vamos un poco más allá. Si hay posibilidad de una agresión física (esos manotazos o empujones) mantendremos siempre una distancia de un brazo (mejor tomar de referencia el brazo de abuelo) a la hora de hablar y siempre con un pie atrás. La distancia relaja el conflicto pero además nos da espacio para escapar a la agresión. Si agarra algún objeto, se corta la conversación automáticamente y se sale de la habitación. No hablar, no mostrar emoción y abandonar el espacio de la posible agresión es la mejor forma de no encajar algún golpe. La ira funciona como la bola de un cañón: la trayectoria es curva y el agotamiento va disminuyendo la fuerza de la misma. Si la persona es mayor y enferma menos durará. No respondas a la provocación. No intentes el contacto físico, ni siquiera para calmar. Una vez reducido el brote de ira, podremos acercarnos a consolar.
Es fundamental consultar al médico de cabecera y llevar a rajatabla la medicación.