Encontrarás en internet muchas páginas que hablan sobre el sentimiento de culpa. Pero, más allá de una descripción de la misma, los mecanismos que la crean, los tipos de culpa que existen…, yo no he encontrado ningún texto que sea capaz de ayudarme a identificar y resolver la profunda desazón que me genera y el hastío vital al que puede hacerme llegar.
Creo que para este punto, debo recurrir a una técnica que se utiliza en las entrevistas de counselling que se llama autorevelación, es decir, te voy a contar mi experiencia personal con la intención de ayudarte a cambiar y a salir del pozo al que te aboca el sentimiento de culpa.
Mi madre sufrió un derrame cerebral hace doce años y pasó cuatro en un coma vegetativo profundo. Desde el inicio del coma, tuvo infecciones respiratorias continuas con los consecuentes avisos de los médicos que el final estaba «ahí». Pero ese ahí se demoraba y de hecho se demoró durante cuatro años. Mi madre estuvo ingresada durante todo ese periodo de tiempo en una residencia, no sólo porque pensara que allí estaría mejor atendida, sino además porque me sentía incapaz de asumir la responsabilidad de cuidarla. De hecho, no resistía verla encamada, marchitándose por días, y pasaba largos periodos de tiempo sin ir a verla. Pero por otro lado, mi cultura católica, que encuentra la redención en el sufrimiento, me hacía pensar que era un pésimo hijo. La culpa que me generaba este desfase entre los valores que siempre he defendido y mi manera de actuar me creaba un sufrimiento atroz. Si no hacía nada sufría, y si lo hacía también sufría.
¿Cómo salir de una situación así? No hay psicólogos para estos problemas porque el sufrimiento que genera la culpa es la respuesta a un conflicto de carácter filosófico, moral, que tiene que ver con responder a la pregunta de quién soy yo, por qué tengo que hacer las cosas que hago, hasta cuánto estoy dispuesto a entregarme a los demás… Estas cuestiones no se arreglan con una pastilla ni con terapia psicológica. Se arreglan haciéndose las preguntas adecuadas y buscando las respuestas a las mismas, sincerándose con uno mismo. Y si no se es capaz, se debe acudir a un consultor filosófico, religioso o guía espiritual, para los que sean creyentes.
En mi caso, tuve la suerte de poder charlar con tres personas que tenían la suficiente capacidad para acompañarme en este mirarse hacia adentro: una veces facilitándome las preguntas adecuadas, otras, orientándome en los textos para formarme una idea de las diferentes visiones del mundo. Porque por suerte ya ha habido gente que se ha hecho estas preguntas (aunque ahora no se les oye en la tele y se les elimina de los planes de estudio).
Por ejemplo: con uno de ellos, que es sacerdote, debatí la idea de cómo Dios permitía tanto sufrimiento; la idea de que tiene que haber un premio si intentas hacer las cosas bien o un castigo si las haces mal; el sentido de hacer lo que se debe. Hablo de debatir, de un ejercicio de discernimiento personal, no de una catequesis. Porque lo que tenemos que buscar es establecer un sistema de normas y referencias propio, no apropiarnos del de ninguna religión o esquema filosófico.
De estas conversaciones y reflexiones aprendí a definir las normas por las que regirme, con las que poder vivir y sobrevivir; a ponerlas en contraste con las que la sociedad impone y a aceptar sus diferencias.
Podría hacer ahora un decálogo de principios a los que llegué después de estas conversaciones y que de un modo u otro son los «mandamientos» por los que rijo mi vida, pero creo que eso es precisamente lo que menos os ayudaría. Insisto en que es fundamental que cada uno haga su propio proceso de discernimiento.
Sí que os puedo proponer algunas preguntas para ayudaros a iniciaros en este camino:
- ¿Cuáles son mis convicciones más profundas?
- ¿Mi vida se desarrolla conforme a estas convicciones?
- ¿Qué facilita vivir como pienso?
- ¿Qué lo hace más difícil?
- ¿Por qué considero que algo está bien o está mal?
- ¿Qué he aprendido en la escuela de la vida?
- ¿Qué riesgos he corrido? ¿Por qué?
- ¿Qué influencias han configurado mi vida (personas, lecturas…)?
- ¿A qué personas he querido a lo largo de mi vida?
- ¿Por qué? ¿Qué me han ofrecido? ¿Qué les he ofrecido?
Estas son sólo un pequeño ejemplo.
A partir de la experiencia que os he contado y de ese proceso exploratorio que generó, la culpa dejó de ser una constante en mi vida. Ante los conflictos éticos aprendí a situarme, a ser sincero conmigo mismo, a aceptar mis contradicciones, a no marcarme metas que son imposibles de conseguir. Aprendí que, para cuidar y respetar a los demás, hay que empezar por cuidarse y respetarse a uno mismo.