El cuidado de los ancianos en una residencia era exclusivo de dos clases sociales, cada una a las antípodas de la otra.
Las familias más pudientes podían enviar a sus mayores a centros residenciales con un coste muy alto, pero al que podían hacer frente sin mayores problemas.
La otra clase estaba formada por aquellos ancianos más pobres, sin familias que pudieran hacerse cargo de ellos, y que acababan en instituciones de la Iglesia que se mantenían con el trabajo fervoroso y desinteresado de religiosas y religiosos.
En ambos casos, estos centros residenciales eran económicamente perfectamente sostenibles, porque, en el primero de los casos, los ingresos compensaban de sobra los costes y, en el segundo, las donaciones y la nula retribución del trabajo de los religiosos amortiguaban la ausencia de pago por parte de los ancianos.
El Estado de Bienestar se lanzó a extender a las amplias clases medias estos recursos residenciales. Por un lado, subsidiaba a aquellas empresas privadas por la diferencia entre el coste y el ingreso obtenido del residente; por otro, desarrollaba él mismo dicha actividad. El resultado económico ha sido la generación de apabullantes déficits públicos que han hecho insostenible esta respuesta social.
En consecuencia, la atención domiciliaria, o dicho de otro modo, procurar que el anciano sea atendido en su domicilio por sus familiares o bien por sí mismo, facilitándole la mayor independencia, es la única respuesta sostenible del Estado del Bienestar en una economía de mercado ante la demanda de cuidados de sus ciudadanos mayores.
La respuesta se articula sobre dos elementos: tecnología al servicio del anciano, que le permita desarrollar al máximo sus capacidades e independencia, y formación técnica a los cuidadores más cercanos a domicilio, sean profesionales a tiempo parcial o familiares.
Se plantean, por tanto, dos retos a la sociedad:
- la concienciación y la preparación psico-física para la vejez, que comience desde la niñez, para preparar mente y cuerpo para durar;
- hacer accesible económicamente y potenciar el desarrollo científico y técnico de las herramientas que puedan proporcionarnos una ancianidad con la mayor calidad posible.