LA COMUNICACIÓN PERVERSA

¿Por qué me siento tan agotado/a anímicamente, tan desgastado/a? Pienso que soy una mierda, que en el fondo tiene razón y no sirvo para nada: un fracasado/a, incapaz de hacer nada a derechas.

Si te reconoces en este pensamiento posiblemente convivas con una persona perversa.

Estamos rodeados de buenas personas pero, por desgracia, también de sujetos perversos. Y para más INRI, en ocasiones son los propios ancianos que atendemos. Padres, madres, tíos… que han ejercido una maliciosa influencia durante nuestra infancia o adolescencia y que en su vejez tenemos que cuidar.

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Las personas perversas, bajo la apariencia de víctimas o seres sufrientes, nos maltratan psicológicamente. Las consecuencias son terribles: desde la depresión hasta el suicidio.

Como dice la profesora Hirigoyen en su libro El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana, los actos de estas personas son tan cotidianos que parecen normales. «Empiezan por una sencilla falta de respeto, con una mentira o con una manipulación. Pero sólo los encontramos insoportables si nos afectan directamente».

La estrategia fundamental para hacernos daño se basa en la existencia de una continua comunicación perversa. «El dominio se establece a partir de procesos que dan la impresión de ser comunicativos, pero cuya particular comunicación no conduce a la unión, sino al alejamiento y a la imposibilidad de intercambio. La comunicación se deforma con objeto de utilizar al otro.» dice Hirigoyen.

¿Cómo reconocer la comunicación perversa? El perverso:

  • Rechaza la comunicación directa y muestra indiferencia («con las cosas no se habla»)
  • Deforma el lenguaje: las palabras no importan; sólo importan el tono y los gestos.
  • Utiliza el sarcasmo, la burla y el desprecio.
  • Descalifica continuamente.

El perverso se defiende amparándose en su debilidad/enfermedad; se encuentra mal y piensa que por tanto debemos ser comprensivos: nosotros estamos sanos y tenemos una vida plena, así que debemos sentirnos culpables porque él no la tiene.

Pues va listo.

No hay excusa ante una falta de respeto. Siempre está mal y cuanto más reiterativa, peor. Podemos perdonar, si queremos, puesto que el perdón no es una obligación hacia el ofensor ni un derecho del mismo.

Hay que atajarlas desde el principio para evitar que vayan a más. Debemos perder el miedo, teniendo en cuenta además que en muchas ocasiones provienen de personas cuya única posibilidad de ofensa es la verbal ya que están lo suficientemente enfermas para no agredirnos físicamente.

Vamos a aprender a defendernos y protegernos de estos sujetos. En las próximas entradas veremos cómo.

Acerca de Paco Vicente Toral

Postgrado en metodología de las técnicas de Counselling.
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